Por: Silas Ramos.
La política es el arte del buen gobierno, es la capacidad de solucionarle los problemas a la población, mediante buenas decisiones; de manera que puedan vivir en una ciudad (polis) que le brinde seguridad y bienestar. No es el arte de conspirar, ni el arte de asegurar intereses propios (eso es, lo que generalmente es la política en nuestro país).
A lo últimamente mencionado, generalmente se llega cuando no hay una ideología clara, o más bien, cuando la ideología es uno mismo y las personas que le rodean. Hoy estamos ante un escenario político, donde los políticos buscan el mejor vehículo (partido) para llegar a su destino, que es el poder. No les interesa una ideología, no les interesa un ideario, una propuesta política, menos el bienestar de la polis. Sólo hay una ansiedad pasmosa e inocultable por el poder.
Esto se debe a que «invierten» cantidades ingentes de dinero. Como buenos «inversionistas», calculan cuidadosamente qué partido o qué candidato los podría ayudar a tomar el poder. No importa la moralidad del candidato, sólo si es un potencial «caballo ganador». No importa qué color tiene el vehículo, lo que les importa es si los lleva o no al destino anhelado. Esto es la política sin ideología.
Si advierte que un candidato está invirtiendo sin límites, debe saber que está hipotecado con sus financistas. La idea de «inversión», siempre está presente en la política sin ideología. Este tipo de política, es altamente pragmática, porque para ellos «el fin justifica los medios». Si algo les funciona, por eso optan sin escrúpulos ni remordimientos.
Una ideología, te da una identidad, te aleja del pragmatismo inmoral, te acerca a un propósito, no a un botín electoral, esto es, el acceso al poder y a grandes recursos públicos. El presupuesto público, no puede ser más un botín electoral. En el pasado, los españoles fueron capturados por la fiebre del oro, hoy, los políticos sin ideología, están capturados por la fiebre del poder y del presupuesto público.
Los electores, también somos parte de este sistema perverso que hoy tenemos: una clase política decadente y colapsada. Pues nosotros, con el voto, los pusimos allí. Esto tiene que cambiar. Los políticos de siempre, nos han hecho vivir en una nube de promesas. ¡No mas!