Por Fredy Gambetta.
Hace doce años que partió mi inolvidable amiga Virginia Lázaro Villarroel. Para mí, repito, para mí ella fue la más notable tacneña de la segunda mitad del siglo XX. De la primera mitad sin duda lo fue Zoila Sabel Cáceres.
Virginia Lázaro se tituló en el pedagógico limeño que llevaba el nombre de San Pedro. Las maestras “san pedranas” eran cotizadas por la formación que habían recibido. En su tierra natal ejerció la profesión en la Gran Unidad Escolar Francisco Antonio de Zela. Pocos años más tarde fue designada directora de la Casa de la Cultura. Hermoso nombre de una institución que, por los gobiernos sucesivos, se distorsionó en filial de Instituto y en Dirección Desconcentrada. Para mi generación fue, es y será siempre, CASA DE LA CULTURA DE TACNA.
Virginia fue una promotora excepcional de cultura. Hoy hasta se estudia para ello. Sucedió en el cargo a otra mujer notable, Haydeé Zúñiga Trelles.
Mi amiga Virginia al comprobar que el presupuesto con el que contaba era mínimo, como siguen siendo los presupuestos para la cultura – y después nos preguntamos porqué estamos como estamos – se convirtió en una mendiga que tocaba cuanta puerta era posible tocar para lograr organizar encuentros culturales de toda índole, iniciar los estudios de arqueología local, como lo reconoce el arqueólogo Jesús Gordillo, y preservó, hasta donde le fue posible, el patrimonio monumental, sin un respaldo legal como el que hoy existe, ganándose ofensas y hasta insultos que a sus espaldas le dirigían los malvados cobardes que nada hacen y todo lo destruyen, antes y ahora.
He visto pocas mujeres, como ella, tan valientes, decididas, amante de su Tacna, defensora altiva de sus derechos, que se enfrentaba en las batallas mirando a los ojos a los poderosos hasta cuando era imposible vencer.
Con Virginia conveníamos en que a Tacna, como decía Barreto, ya no la amábamos, le teníamos idolatría.
Conservo hermosos recuerdos vividos juntos con Gróver Pango, su animador cultural por breve tiempo. Y como sutil marco, de aquellos días felices, los paseos por la campiña del Valle Viejo por la que vaga su alma pura, de niña “de la lámpara azul”. Amén.