Por: Silas Ramos.
La ética debe entenderse como la capacidad aprendida, de hacer lo bueno y lo correcto. Por lo tanto, se puede verificar fácilmente en la conducta o desempeño de la persona. La ética de las personas, y de los políticos, no se deduce de cómo habla, de su carisma; mucho menos del resultado del trabajo de un buen asesor de imagen; sino, de sus actos y desempeño en todas las áreas de su vida (principalmente la familia).
No se puede ser un buen político, sin ser una buena persona. No se puede gobernar con justicia, equidad y sin corrupción, a menos que las habilidades y capacidades de los políticos, estén, primeramente, tapizados de preceptos morales fuertes y firmes.
La crisis política actual, y de siempre, es porque nuestra clase política ha estado siempre arropada de corrupción. Esto, porque fueron elevados a la categoría de autoridades, por un electorado, también cómplice en un sentido, que fue arrastrado por el carisma, la oratoria, la imagen (finamente trabajada por asesores de campaña), o los regalos del candidato al llegar a su zona.
La ética y la moralidad de los políticos, sí debe importarnos, y mucho. El dinero que se llevan en actos de corrupción -generalmente impunes al final-, es el dinero que le roban al futuro de nuestros hijos. Esto, nos condena al subdesarrollo, a no tener las condiciones mínimas de bienestar humano; a vivir avergonzados, ante el mundo, por ser gobernados por malos políticos.
Ellos, son el rostro de nuestra milenaria nación, de nuestra ancestral región, de nuestros pueblos multiétnicos, son el rostro del Perú. No podemos seguir con la cadena funesta e ignominiosa, de seguir eligiendo malas personas, porque simplemente, no serán buenos gobernantes. La ética y la moralidad de los políticos, sí importa, porque nos afecta.
De nosotros depende.